El odio como manipulador social

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, debatimos sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de “El odio como manipulador social”

Esta semana varios periodistas plantearon esta cuestión: El miedo le gano al odio. Las discusiones políticas, hace tiempo y cada vez más, vienen siendo conducidas por la emocionalidad y poco y cada vez menos por la discusión racional de las políticas de nuestros representantes. La decisión del voto es movilizada por los sentimientos de la población ante la coyuntura. Entonces decimos que el “voto bronca” hoy ha perdido contra el “voto miedo”. Pero hablar de bronca en la Argentina de hoy no alcanza, se queda corto el concepto, o no aplica a ciertos sectores. Hablar de bronca es querer otorgarle a lo que está pasando un aura de racionalidad. Lo que vemos en gran parte de la población es odio. Y si hay algo que diferencia ampliamente al odio del miedo es que el primero es destructivo, busca suprimir, mientras que el otro es defensivo y busca proteger. En este sentido la Argentina tuvo mayoritariamente la inteligencia emocional de preservación.

El odio es el deseo de exterminar el causante de nuestro malestar. Deseamos eliminar el conflicto, identificamos su fuente, pero vemos irresoluble el problema por otros medios. El odio es un sentimiento muy primitivo, hasta infantil. No tenemos todavía las herramientas para resolver nuestro malestar, lo vemos imposible y obviamente queremos que cese. Deseamos hacer desaparecer, ya sea por muerte, expulsión o encierro.
El odio es personalista, ataca personas, asocia malestares con individuos puntuales o con perfiles determinados. Así, los problemas se corren de eje y las acciones se redirigen hacia sujetos.
El odio como instrumento de manipulación social es efectivo. Como trabaja con lo urgente, enceguece, y es muy difícil entrar en un terreno racional con alguien en estado de odio. Primero exterminemos al del problema y después hablamos más tranquilos, nos dirán.

El odio tiene una estructura viral de reproducción, se reproduce como aviso de peligro, llevándonos a reproducir el discurso odiante como si se tratase de un deber cívico. ¡¡Cuidado!! ¡¡¡Esto es peligroso!!! Gracias por la advertencia, contestaremos. Así, llegamos a la conclusión de quienes odian por cadena nacional nos protegen. ¡Qué buenos tipos! Gracias a esta estructura de reproducción viral, quienes trabajan construyendo odio solo tienen que instalar la idea y sola se irá reproduciendo.
Pero el odio se disuelve cuando hay resolución de conflicto a la vista, ¿Por qué los medios, que suponemos que tienen el conocimiento, no brindan soluciones concretas por fuera de la supresión?
La soluciones que brindan lejos de integrar al otro, o analizar y resolver conflictos buscan eliminar. Alimentan nuestro deseo primitivo y nosotros consumimos. Además y por si fuera poco, la educación patriarcal habilita a la violencia como forma de resolución, y, específicamente para los varones, la violencia es la forma correcta y honorable de resolución. ¿Por qué honorable? Gracias a ellos se “resuelve” un problema social.

El odio mediático trabaja, construye y alimenta prejuicios, apunta a identidades, a grupos sociales determinados, y les responsabiliza de nuestro malestar. Así, asocian la negritud a la peligrosidad, los migrantes al robo de nuestros trabajos, a los pobres al saqueo nuestros recursos estatales, etc.
El enojo es una función de la psique que se activan cuando vemos en riesgo algo que percibimos como nuestro. Al igual que el miedo del que hablábamos al principio, también es protector, pero lo hace ante la amenaza. El odio, en cambio, se anticipa, elimina antes y por las dudas, no es responder ante un ataque sino atacar primero como estrategia defensiva. La violencia se ejerce preventivamente escudada en un sentido de bien social. Los medios alimentan nuestro enojo, que se convierte fácilmente en odio al indicarnos a les culpables. El enojo pueden ser racional, puede ser dirigido, el odio solo busca destruir y suele ser ciego, como una ira descontrolada.

Aprender a ubicar la fuente real del malestar es clave. Esto es extremadamente difícil porque todo está preparado para imposibilitárnoslo, todo el tiempo se ofrecen falsas respuestas como bombas que tenemos que desactivar.
Entonces ¿Cómo se disuelve el odio si no es a través de la supresión de un enemigo? Resolviendo el problema que lo hizo nacer. Hay que atender el malestar de los que odian porque si no la lucha y la grieta no se va a acabar nunca a menos que logren el exterminio masivo que tanto desean. Hoy el malestar es producto de la insuficiencia económica y su inestabilidad. El odio construido utiliza esta realidad e instala una causa: la corrupción; y asocia la corrupción a un sujeto político: el peronista. La lectura rápida entonces es, todos nuestros problemas son culpa del peronismo, y la respuesta rápida del odio es entonces, exterminemos de una vez y para siempre a los peronistas.

El trabajo es doble para desarticular el odio, no es hacerle frente, ni cuestionarlo, sino por un lado mejorar el malestar social debido a una economía en crisis, y por otro, más subjetivo pero necesario, desvincular la palabra corrupción de peronismo. En este sentido siento que falta una comunicación del oficialismo (y de algunos militantes) de asumir un compromiso implacable contra cualquier forma de corrupción.
¿Qué otros malestares sociales sin atender o irresueltos alimentan el odio circundante?
El odio siempre es deseo de supresión y el deseo de supresión siempre termina en guerra. Por eso las guerras son iniciadas y sostenidas a través del odio. Hay que establecer enemigos públicos para conducir los exterminios. Quien asesina lo hace a través de este sentimiento, y está en la estructura y formación de los soldados. Por eso los hombres odian más, nuestra formación masculinista, que nos prepara potencialmente para la guerra, está alimentada por el odio ya que éste no cuestiona, sino que responde a la jerarquía, al discurso de la autoridad. Así, el odio dispara el formateo bélico que tenemos los hombres y se convierte en uno de los instrumentos sociales de manipulación del cuerpo social más importantes que hay. Solo hay que construir al enemigo y el resto se ejecutará solo.

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