Fidelidad y Traición

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de la construcción de la fidelidad y la traición

Fidelidad a la patria, a la familia, a equipo de fútbol, a los amigos, a la pareja, al partido político, a la empresa. La fidelidad se presenta como un compromiso asumido para con algo mayor a uno, un pacto que se establece tácitamente.

Es muy raro llegar a un acuerdo de fidelidad, ya está planteado desde mucho antes que nosotros, y adherimos por el simple hecho de entrar en un formato relacional tipificado.
La fidelidad está pegoteada con la incondicionalidad. Y con ella desaparecen las argumentaciones, las dudas; la acción se activa automáticamente porque no hay que pensar si adherimos o no, es nuestro deber actuar de determinada manera y al instante. Así, no se pone en cuestión nada, por eso es tan útil al poder. Obedecemos al orden establecido porque le debemos fidelidad. Y respondemos por jerarquía. Y lo hacemos porque recibimos a cambio pertenencia y protección.
La deuda fija la fidelidad, quizá en algún momento nos ha brindado algo que debemos pagar con la vida si es necesario. El reclamo ante nuestra disidencia podría verse como: “todo lo que hice por vos y así me pagas”.
La protección es una común retribución de la fidelidad, y la protección es un mandato de masculinidad, lo que podemos ofrecer. Nosotros protegeremos a quienes nos sean fieles. El miedo al exilio, y a perder esa protección es el mayor de los miedos del hombre y supone la mayor amenaza ante una traición.
La fidelidad es un valor altamente estimado por los varones pero cuando se trata de sus relaciones sexoafectivas, no honran tanto el pacto como podríamos suponer. Para las otras instituciones, el honor que supone respetarlas no se discute. Es raro pensar en un varón traicionando a su equipo de fútbol, a su patria, a sus amigos, etc. pero en cuanto a sus parejas abrimos un gran paréntesis. La traición a la fidelidad es mucho más común en nuestras relaciones soexoafectivas que en las otras instituciones. Pero solo unidireccionalmente, en nuestras parejas los hombres demandamos mucho más fidelidad de la que brindamos. Los varones nos volvemos fiscales mucho más tenaces e implacables ante la falta. Al castigo por infidelidad las mujeres pagan un precio mucho más caro.

Los varones estamos condicionados a adoptar el rol de castigadores, si no lo hacemos se ve en riesgo nuestro honor, y sobre todo lo hacemos porque contamos con poder para castigar. Quizás la respuesta a porque los hombres somos más permeables a traicionar la fidelidad con nuestras parejas sea porque las mujeres no tienen con qué castigar la falta de fidelidad, o no sea tan común el ejercicio del castigo en ellas.
Además, los hombres nos construimos las historias necesarias para salvarnos de nuestras propias leyes. Sabemos que podemos ser infieles a nuestras parejas porque lo vemos en todos lados, hay otros que lo hacen y no se les aplica ningún castigo ejemplar. No sólo eso, también nuestras historias de infidelidad son valoradas y promovidas dentro de la cofradía masculina, entonces lo que nos pone en riesgo ante nuestras parejas, por otro lado nos eleva la masculinidad y la aceptación social entre varones. Pero la traición a otras instituciones no está tipificada como algo positivo, sino todo lo contrario.
¿Qué forma toma la fidelidad incondicional? Tener que aguantar mierdas porque ante todo la familia. Tener que salir a bancar a tu amigo que se mandó un cagadón. No buchonear a una autoridad, mucho menos cuestionarla, etc.
La fidelidad está íntimamente relacionada con el respeto a la autoridad. Por eso funciona en orden ascendente más que descendente. Los padres no son fieles a sus hijos, es al revés, los hijos son fieles a sus padres, y estos les deben protección. Así mismo funciona con la Nación, o el grupo de amigos. La fidelidad trabaja con la asimetría de poder.
Cuestionar el orden establecido supone una traición a la fidelidad. Los hombres debemos fidelidad a la cofradía masculina, cuestionar los mandatos de masculinidad supone una traición. Nos pone en crisis, y se activa nuestro mayor miedo: la exclusión. Para que los varones podamos cuestionar los valores patriarcales debemos garantizarnos otros lugares de pertenencia. Nadie puede vivir en el exilio, los hombres lo sabemos y por pertenecer damos la vida y la quitamos. Entonces, hay que desarrollar espacios de pertenencia en caso de que nuestro desacato nos expulse de la cofradía, solo así seremos verdaderamente libres de cuestionar la realidad.

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