Insensibilidad

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de la insensibilidad

¿Cómo y para que producimos seres insensibles?
La insensibilidad es unos de los principales mandatos de masculinidad. Somos seres vulnerables que poco a poco y mediante prácticas cotidianas entramos en un proceso de insensibilización. Este es un proceso cargado de hostilidades y exposición a la violencia donde la única salida posible es la insensibilización. Cuando un varón ya no siente las violencias (o las aguanta sin quejarse mejor dicho) es cuando por fin se deja de atacar su vulnerabilidad, paso a ser un “verdadero” hombre. Cual vacuna contra el virus, nuestros padres nos inoculan violencia para que desarrollemos defensas (insensibilidad y violencia reactiva) que nos prepararán para un mundo hostil. Paradójicamente esas defensas son las que terminan produciendo la hostilidad para las que nos prepararon. Nadie sabe detener la rueda porque los primeros que lo intenten serán aplastados por la misma.

Bajos los discursos de los nenes no lloran y no seas maricón, se nos corta la conexión con nuestro cuerpo y nuestras emociones, en nombre de demostrar fortaleza y ocultar debilidades. Se asocia la sensibilidad a la debilidad y ambas a la incapacidad. Un hombre débil, hace a todo su sistema de pertenencia débil, como el eslabón por donde se corta la cadena, ningún grupo debe aceptar dicha debilidad, sea la familia, el grupo de amigos, el equipo de fútbol o la Nación misma. La debilidad se castiga porque se nos ha dicho que atenta contra el sistema en su totalidad. O demostrás capacidad y derecho a la pertenencia o te vas.
El mecanismo se nos instala en el cuerpo a través de la aprobación de la autoridad, de la figura paterna o de nuestros amigos. Para ello, debemos demostrarles que sí nos aguantamos el golpe, que no sucumbimos a la primera adversidad. La insensibilidad pasa de ser un mecanismo para evitar la violencia a uno para buscar la aprobación y sentido de pertenencia. Esto es muy claro en los ritos de iniciación o bautismos, donde no se trata tanto de demostrar violencia sino de saber aguantarla, esto nos abre las puertas a un mundo exclusivo que no todos tienen acceso. Poder donde otros no pueden nos ofrece una recompensa narcisista, nuestro ego crece y se siente superior a aquellos que “no pudieron aguantar”. Es interesante el discurso que nos hacen tragar, puesto que negarse a recibir violencia es visto como debilidad.
Establecemos así un mecanismo de recompensa, mientras más demostremos insensibilidad, más hombres nos sentiremos, más aprobados por nuestros pares y más capaces de resistir los embates del mundo. Luchamos contra nosotros mismos, ganarle a nuestra sensibilidad nos refuerza la masculinidad.
Si poder aguantar cualquier mal nos ofrece una recompensa narcisista, podriamos llegar a reproducir la violencia para lograr las condiciones necesarias para la demostración de nuestra capacidad y su respectivo valor social.
Además, si fuimos obligados a resistir la violencia por el hecho de ser hombres, que haya varones que no la resistan o que no quieran hacerlo rompe el acuerdo tácito que no sabíamos que era posible romper. Pero lejos de sumarnos a la disidencia, castigamos el desacato, reprimimos en el otro lo que hemos aprendido a reprimir en nosotros mismos y porque a esta altura ya hemos acumulado este valor social que nos hace “mejores que el resto”, que nos deja mejor parados, menos vulnerables y más aceptados. Desarmar esta estructura que valoriza nuestros cuerpo a partir de cuan insensible soy, requiere renunciar a este capital acumulado.
También, es en nombre de un sentido que se aceptan las violencias. Son muy difíciles de sostener las violencias “porque si”. Es en nombre del honor, del bien común, del orden que se ejercen. Y es en nombre de estos sentidos que se desarman las resistencias. Si la violencia se ejerce en nombre de la paz, resistirse a ella nos puede colocar en el lugar de enemigos de la paz.

La sensibilidad de los hombres es vista como un problema social. Se la ataca con humillaciones, burlas, se la desprestigia, se la priva de erótica.
Los hombres practican su violencia en las presas más inofensivas, nadie sale a cazar un león en su primera vez, se empieza con algo más inofensivo. Los hombres sensibles son la presa perfecta porque, además, atacarlos está cargado de sentido, al estar convenida su sensibilidad como problema social.
Devolverles la sensibilidad a los varones es quitarles su mecanismo de defensa. Por eso la resistencia a la deconstrucción.
¿Pero por qué es tan útil al sistema la insensibilidad? A la violencia y a la insensibilidad se les da sentido porque tienen utilidad, y se les termina de asimilar y reproducir cuando convertimos esa utilidad en necesidad y a la insensibilidad como el mejor o único vehículo para llegar a resolverla.
Por ejemplo, la sensibilidad es un problema en aquellas necesidades del Estado y del Mercado donde la violencia es necesaria para la realización de tareas. Ni un policía, ni un soldado pueden funcionar si empatizan con sus víctimas. Como quien trabaja en un matadero, nadie puede degollar una vaca, arrancarles a sus crías, verlas sufrir enchufadas a una máquina que les succiona leche las 24 hs. si está conectado con el sufrimiento ajeno, con la empatía. Ver la pobreza, la injusticia, el despojo o el sufrimiento desde la insensibilidad permite al sistema, que se alimenta de estas realidades, seguir funcionando sin que lo confronten, sin que nadie denuncie o se meta. Este desinvolucramiento permite que la rueda productivista siga girando porque nadie se conmueve lo suficiente como para detenerse a ayudar.
El sufrimiento es visto como un mal necesario del que nadie se salva. Si todos sufrimos, ¿para qué voy a ocuparme del sufrimiento ajeno si ni siquiera puedo con el mío?
Las religiones ayudan a este proceso, prometen una recompensa a quien aguante más sufrimiento, se ganará el paraíso. Así también, quien no quiere sufrir puede ser asociado con el opuesto infernal, son responsables del pecado hedonista que destruye a la sociedad, otra vez enemigos sociales.
Debemos desvincular las asociaciones entre sensibilidad y debilidad, sensibilidad e incapacidad, o insensibilidad y honor masculino. Devolverles la humanidad a los hombres y la empatía necesaria para generar vínculos genuinos, confiables y amables.

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