Pongamos el cuerpo para defender la educación pública

Editorial – Nota de opinión: Javier Germinario – 23 de Abril 2024

Tratemos de recordar cuanto valía el pan, el colectivo, la luz o unos zapatos en 2022. Y cuanto ahora. ¿Podríamos acaso con el mismo sueldo, con los mismos recursos con los que seguramente malvivíamos entonces mantener siquiera igual ritmo de vida hoy?

¿y con el 70% por ciento más? ¿Y con el ciento cuarenta?

El acumulado admitido de inflación entre enero de 2023 y marzo de 2024 suma 263 porciento.

Cuando el gobierno nacional anuncia que no va a actualizar el presupuesto a las universidades presume que la mayoría de los argentinos no haremos la cuenta. Cuando les otorga aumentos abiertamente insuficientes, irrisorios, inconsultos y sin consenso; apela a que la mayoría de nosotros llevemos esos números a nuestras vidas cotidianas y digamos que es un montón. Que está muy bien para la crisis en la que otros nos pusieron y que tenemos que hacer el esfuerzo de sobrellevar el ajuste un poco todos. Y por si no alcanzara a convencer juega la carta de la auditoría: no quieren que les revisen las cuentas, que se metan con sus privilegios… sin embargo 132 días de gobierno ya alcanzan para ver con quienes se ha metido este gobierno. A quienes nos va igual o peor. Y quienes ya gozan del modelo libertario. Y no, no son los chicos de Chaco. 

Este martes 23 de abril, las universidades del país convocan a marchar en defensa de la educación pública. Nos convocan.

Las universidades no llegan a sostener el pago de servicios este año, los sueldos de sus trabajadores y todos los gastos corrientes. Y ese no es otro problema que afecte a otros, digo si es que hasta ahora sentís que venís zafando porque no sos empleado de la administración pública, asalariado que dependas del Consejo del salario, o de paritarias a la baja, o comerciante con costos que van en ascensor y clientes que has dejado de ver seguido. Desocupado cada vez con más competencia, o taxista que te dormís en las paradas esperando pasajero. O si tenés alguien cercano o querido en esa bolsa. Si hasta ahora ninguno de esos trajes te queda, aunque no te des cuenta, aunque lo hayas votado, igual sos agente afectado a aportar para la reducción del déficit. Y ya te van a tocar la puerta.

En esa línea, tal vez la campaña “mi foto en la universidad pública” no termine de incluirnos a todes. Tal vez pueda terminar siendo algo superficial, egocentrista, y a muchos nos quede ajena. Para defender la educación pública no basta con dar cuenta de sí mismo, son tiempos de apelar a mucho más que el orgullo de habernos convertido en profesional en la universidad pública. Sobre todo tratando de encontrar razones para convocar a la comunidad a marchar el 23 de abril. “Es obvio porque hay que marchar”, pero el presente requiere volver a decir lo obvio. 

Además de los cientos de miles de trabajadores docentes y no docentes y  millones de estudiantes y graduados deberíamos poder hacer que toda la sociedad defienda la educación. La existencia de la universidad pública no se justifica porque yo tenga un título, sino por las millones de personas que transcurrieron por los espacios universitarios y encontraron allí herramientas para habitar y transformar el mundo. La vida como la conocemos no podría ser sin educación pública y sin el derecho de todas las personas a acceder a ella. Con todas sus falencias, con su insuficiencia y necesidad de ser mejorada, para poder pensar y trabajar y alcanzar a convertir lo que le cuestionemos la universidad tiene que poder estar abierta. 

La universidad pública y gratuita no solo es una entidad que otorga títulos de carreras profesionales; también, a través de la comunidad universitaria, es una herramienta de fortalecimiento social, de la comunidad toda. Independientemente de la posición social o de origen.

¿quién más que el Estado puede garantizar esto? Aunque en el contexto actual ¿quién más que este gobierno puede querer frenar esto…

Hoy, desde las más altas esferas del Estado se ataca todo lo que nos pone en común, lo que nos encuentra en una esfera pública abierta, gratuita, plural. Mientras tanto, desde las más bajas esferas del resentimiento social se festeja o se expande una impiadosa indiferencia. Todo lo que funcione como soporte colectivo, lleva la marca perniciosa del “déficit”. Unas voces que suenan desimplicadas, altaneras en redes sociales repiten como adoctrinadas: “con la tuya”. 

La educación superior es un derecho. Es cierto, pero la lengua normativa convertida en consigna ya no alcanza. ¿Por qué? En parte porque el descrédito de las instituciones, tanto como la fantasía de que se puede vivir sin mediaciones, en un mundo alucinado de puros intercambios individuales, parece tan cristalizada como la desvergüenza del gobierno. Pero también porque la retórica de los derechos llegó a despegarse demasiado de las realidades de quienes deberíamos ser destinatarios.

¿Por qué marchar el 23 entonces? ¿Por el derecho a estudiar de estudiantes y el derecho a trabajar de docentes y no docentes? Sin dudas, pero la universidad no se reduce a un derecho civil. ¿Marchamos porque el médico que nos curó, el ingeniero que hizo el puente aquel, la arquitecta que hizo esa casa, la enfermera que acompaño tíos y abuelas, el psicólogo que alivió a un amigo, como tantas y tantos otros, se formaron en la universidad pública? Sin dudas, pero la universidad no es una bolsa de trabajo. Junto a esas razones fundamentales, hay una razón menos enunciada. 

Lo que defendemos no es un frío legado constitucional, ni el anhelo personal –aunque ambos tienen un valor–, sino la vitalidad que se juega en la universidad real.  En cada universidad se abren mundos. Una vitalidad colectiva, social, deseada y posible, eso es lo que defendemos. Sin esa trama comunitaria viva, en movimiento, imperfecta, a veces algo presuntuosa, pero siempre finalmente hospitalaria, esta sociedad sería menos vital, casi tan gris como la pretenden quienes hoy gobiernan desde un pedestal efímero.

No se están metiendo con un derecho que alguien nos regaló alguna vez, se están metiendo con nuestras vidas.

Con sospechosa regularidad, los detractores del sistema universitario argentino, público y sin aranceles, alzan sus voces y despliegan porcentajes y adjetivos peyorativos por los medios de comunicación hegemónicos en peligrosos intentos de desacreditarlo ante la opinión pública. La universidad pública y gratuita, aparte de incluir educativamente, es la herramienta más eficaz para formar un pueblo organizado, una comunidad con conciencia política capaz de hacer frente y denunciar los atropellos de la élite político-económica contra los derechos sociales en general. Por eso hace falta construir una verdadera jornada de huelga social… no un paro sectorial entre otros, no una protesta con consignas para una postal, mucho menos una noticia del día…

Escuchamos estos días por parte de docentes, comunicadores, referentes, hasta qué punto las universidades públicas son estructurantes de buena parte de la vida social. Se habló de profesiones, roles, innovaciones, conocimientos de todo tenor y escala. Esta movilización excede a la universidad como reclamo “sectorial”, porque está en juego algo más que la angustia de miles de jóvenes, de trabajadoras y trabajadores, de docentes e investigadores. No se circunscribe a una sumatoria de malestares individuales, sino que se trata de una dimensión colectiva y existencial, o sea política. 

Es momento de mirarnos, encontrarnos, sabernos parte de una comunidad. Y convocarnos, incluir, darnos cuenta que no estamos hablando de un problema de otros. Es más, tal vez en la marcha federal de este 23 esté en juego aquello que todas y todos tenemos en común frente a un proyecto destructor de la vida social como la conocemos. Por eso hay que poner el cuerpo para defender la educación pública.

PH: Batalla de Ideas