Se llamaba Gustavo

Editorial – Nota de opinión. Agustina Irigaray, integrante del Centro Cultural América Libre – 3 de julio 2025.

El primer paso para deshumanizar a alguien es borrarle el nombre. Los fisuras no tienen identificación, no tienen cara, no se llaman de ninguna forma. No son personas, son amenazas, son zombies, son unos cartones que hay que “sacar del centro”. Pero un grupo de vecinas lloran y dicen a las cámaras: él trabajaba en esta cuadra cuidando coches, lo queríamos mucho, se llamaba Gustavo.

La noticia del primer día de julio es una postal tristemente conocida: falleció una persona en situación de calle. Una ola polar azota la costa atlántica, nieva en la playa y Gustavo duerme de prestado en un garaje, abrigado con ropa donada. A primera hora de la mañana la vecina que lo alojaba lo encuentra sin vida. Horas antes el Intendente de Mar del Plata subía a sus redes sociales un video en el que la Patrulla Municipal destroza una choza de lonas y chapas donde dormían dos hombres. Los empujan y les dicen okupas. Al video lo titula ‘Room Service’.

Son hechos íntimamente conectados. La política de Guillermo Montenegro es la crueldad ridiculizada en redes: en la partida presupuestaria para 2025 se aprobó un incremento de 105% en seguridad y más de $500.000 millones de pesos fueron destinados a pauta publicitaria. Así la Patrulla Municipal (única joya que ostenta la gestión en sus comunicaciones) sumó efectivos, uniformes, municiones para armas ‘no letales’ y decenas de vehículos de todo tipo que repentinamente aparecieron recorriendo la ciudad. Un equipo desmedido para una tarea específica: rastrillar el centro de la ciudad expulsando a las personas que duerman en la calle. El grupo parapolicial que trabajaba clandestinamente en la madrugada se convirtió rápidamente, con esa inyección presupuestaria, en una plataforma propagandística del Intendente. Así, los contribuyentes financiamos la desesperada carrera de Montenegro por reposicionarse bajo el ala de Milei. Equipos profesionales filman los ‘operativos’ diurnos y los suben a Instagram con voces grabadas en off y audios de tiktok. En Mar del Plata, mientras tanto, crece la tasa de delincuencia y homicidios, la basura se acumula en los barrios, las calles son intransitables y el boleto sube en el ranking de los más caros del país.

Como casi todas las personas en situación de calle, Gustavo era hostigado por la patrulla. Las vecinas cuentan en las notas para la televisión: él se tenía que ir escondiendo, yo fui testigo muchas veces de cómo lo han agredido, le han pegado muy feo, pedía un lugar oscuro para dormir, para que no lo vieran. A las golpizas se suman los hurtos de cualquier pertenencia: dinero, teléfonos, bolsos. A las golpizas y los hurtos se suma la crueldad por la crueldad misma: robar frazadas, colchones y camperas en las noches más crudas del invierno. ¿De qué forma una partida presupuestaria millonaria, enfocada únicamente en hostigar a las personas más desprotegidas de la ciudad, puede mejorar la vida de los marplatenses? De ninguna. Una operación tan cara y ridícula solo puede apoyarse en una campaña de deshumanización que, aunque quisiera, jamás podría habérsele ocurrido a Guillermo Montenegro. Triste y payasesco se suma a una tendencia nacional que hace de la crueldad su único programa político. Esa tiranía no es gratuita: el Intendente hoy enfrenta una denuncia penal por apología del delito e incumplimiento de deberes de funcionario público. Mientras filma su trend multimillonario de sheriff, la deuda con la ciudad se profundiza y el desempleo alcanza a más de veinte mil marplatenses.

Los esfuerzos de la patrulla persiguen el único objetivo de garantizarle a Montenegro su próximo cargo público. Pero hay un error de cálculos en el panorama electoral macabro que quieren construir: esas vecinas que llorando en la vereda dicen se llamaba Gustavo y lo queríamos mucho. Esas que le habían hecho un lugar en el garaje para pasar el invierno, que le acercaban un té, que lo retaban por tomar de más y que conocían su nombre. Ellas y los militantes que arman ollas populares en plazas y veredas. Los voluntarios que atienden gratuitamente en desayunadores y merenderos. Las iglesias que sostienen con esfuerzo paradores y hogares. Frente a un Estado monstruoso, clandestino y violento: una comunidad que se organiza para conseguir ropa, comida, abrigo. Grietas, fisuras en el programa de odio que quieren imponernos.

Esa es la comunidad que hoy despide a Gustavo en el único homenaje que tendrá.

Foto portada: Lourdes Michiqué.

Foto cuerpo 1: Qué Digital.