Hablemos de arquetipos: La madre o la puta.

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de como la masculinidad se forma en la deshumanización.

Existen dos arquetipos eróticos de mujer para el hombre. La madre y la puta que pueden derivar también en la novia y la amante. Son dos arquetipos contrapuestos aunque en ambos existe la sumisión femenina. La puta o la amante están más habilitadas a cruzar límites pero la madre o la novia están más condicionadas.

Los varones piensan a sus madres como personas que no tienen sexo o no gozan sexualmente. Que las madres no tienen sexo está tan presente en esta sociedad que los mitos fundadores de ciudades y religiones en general consisten en mujeres que dan a luz a un hijo sin ninguna relación sexual sino tocadas por un elemento mágico. Lo virginal, ingenuo, dócil, frágil, etc. tiene capital erótico en las mujeres y esto está condicionado (además, esto alimenta una cultura pedófila).
El varón heterosexual busca en sus novias la figura materna, la madre de sus hijos que, en un desarrollo edípico, se parece a su propia madre. Entonces si uno quiere una madre para sus hijos y por “definición” las madres no gozan sexualmente, la figura de la novia tampoco deberá gozar demasiado. El hombre debe no solo habilitar ese goce, sino que debe producirlo. Una mujer que goce naturalmente o “anticipadamente” o de “goce fácil” será reubicada en el arquetipo de puta o de amante y no podrá ser novia. Así muchos varones se deserotizan si sus novias le practican sexo oral, o son muy dominantes en la cama o son “insaciables”. Cuando estos arquetipos están muy marcados y son irreconciliables, el varón busca afuera de la relación lo que no se permite ni le permite a su pareja hacer.


Nuestra educación sexual está marcada también por la pornografía. El porno en su gran mayoría está producido para un público de varones heterosexuales y en general se desarrolla reproduciendo la dominación del cuerpo masculino sobre el femenino. Aprendemos que el rol del hombre en el sexo es el dominante y que la relación sexual va a estar determinada por la dominación. Esta dominación puede ser violenta o no, la violencia se incorpora a la pornografía como elemento que potencia el erotismo. No es el intento de este escrito moralizar el sexo, solo tomar conciencia que nuestro primer acercamiento a lo que es una relación sexual para todos los varones adolecentes está marcado por una práctica de dominación violenta. No hay diversidad en la pornografía, todo tiende a diferentes expresiones de lo mismo. Entendemos que eso que vemos es lo que “hay que hacer” y que es lo que “se espera” de nosotros que hagamos.
Conectándolo con lo anterior, aprendemos que en nuestras prácticas sexuales tenemos que ser dominantes, e incluso violentamente dominantes, y además aprendemos que somos nosotros los que tenemos que llevar a la mujer a que alcance el goce, “solas no pueden”, si pueden solas son “malas mujeres” y se las “degradará” al lugar de putas. En esta lógica lo que quiere una mujer no solo no importa, sino que no existe. Nosotros le tenemos que explicar cómo se goza, nosotros las llevamos ahí, las “hacemos mujeres”.
El sexo está tan normativizado que es solo falocéntrico, dominante, unidireccional, heterosexual, de pareja y monogámico. El hombre tiene prohibido explorar un centro de placer propio tan grande como es el ano. No puede ceder el control o ser dominado. Tampoco puede compartir ese dominio con un tercero.
En un mundo donde el sexo, lo sexual y lo erotico ordena al mundo y lo mueve, la forma de ejercerlo está completamente regulada y condicionada. La sexualidad está lejos de ser verdaderamente libre y al trabajar en lugar inconsciente, pulsional e íntimo, no solo reproduce la dinámica patriarcal sino que la produce.

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