Hablemos entre masculinidades de “Las jerarquias”

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de LA JERARQUÍA

La jerarquía funciona como una escalera de poder, autoridad, honor, estatus, privilegios y valoración social. Mientras más subo más obtengo todo esto. El deber de cada hombre será someterse a esta escalera como línea de vida, nuestra zanahoria estará arriba de todo y todas nuestras acciones deberán estar orientadas a subir la mayor cantidad de escalones posibles.

Podemos pensar tres formas de acercamiento hacia la idea de jerarquía: La cuestión cronológica, basado en la edad, es la idea de un crecimiento natural, a medida que voy creciendo voy adquiriendo poder y autoridad; por otro lado, el pensamiento meritocrático, como una carrera militar donde se consigue ascender posición trabajando por ello, mientras más me esfuerce más lograré ascender. Estas dos son las que funcionan como discurso oficial, pero hay una tercera que funciona como techos de cristal en el ascenso al poder de estas dos primeras formas de jerarquía: La estratificación social basada en particularidades biológicas. Hay una construcción simbólica, política, jurídica y cultural que define qué tipo de cuerpos podrán ocupar la cima de la pirámide o escalera y quienes deberán ocupar la base

Para analizar donde nace este pensamiento jerárquico podemos ir a la primera forma de discriminación de autoridad basado en un hecho biológico:
La madre es la primera figura de poder para cualquier persona, incluidos los varones. ¿Cómo hace el régimen patriarcal para que ese pichón de macho comience a desautorizar a la madre, corriéndola del centro de poder y colocando en su lugar a la figura del padre? Para ello en algún momento de nuestra socialización la figura de la madre debe ser desligitimizada, ¿Qué recursos están involucrados en este proceso?


En principio las dinámicas de poder son observadas: si en nuestra estructura familiar, llega el padre y comienza a dar órdenes y las decisiones siempre pasan en última instancia por él, entonces fácilmente podremos identificar quien es más autoridad que quien. La jerarquía así comienza a verse en forma de escalera. Nuestra madre es autoridad, pero nuestro padre es más autoridad todavía. Las frases del tipo “cuando llegue tu padre vas a ver” refuerzan estas nociones. Además, la identificación con la figura del padre por similitud biológica y la construcción cultural de su destino, preparan a ese varón para convertirse en la figura de autoridad suprema. Pero para convertirse en la autoridad suprema hay que parecerse a ella, copiar sus formas (La estructura de poder se perpetúa también por mera repetición de patrones) y también hay que alejarse de las formas de los cuerpos desautorizados.

Los varones aprendemos que mucho tiempo con nuestra madre nos feminiza. Y los varones somos aceptados en la cofradía masculina sólo si no poseemos rasgo alguno de feminidad. Si no somos lo suficientemente masculinos van a excluirnos y violentarnos. El tiempo con nuestras madres y con todas las referencias femeninas se transforma en una verdadera trampa que hará que nos rechacen nuestros pares.
Por otro lado las mujeres han sido históricamente condicionadas para ponerse al servicio de algún otro. Así, las madres patriarcales suelen ponerse al servicio de los hijos varones, desde lavarle el calzoncillo, prepararle la comida, ordenarle el cuarto, es decir, hacen las tareas necesarias para su vida que no están alineadas con su función de varón. En otras palabras, gracias a la madre, el hijo varón puede ocuparse exclusivamente de su rol como estudiante, pues descarga en ella las tareas domésticas. “Como madre me ocupo de facilitarle a mi hijo varón todas las tareas calificadas como femeninas (que no es otra cosas que tareas domésticas, de limpieza, orden y cuidado) para que pueda ocuparse en formarse para su vida adulta”. Las hijas de una madre patriarcal no corren con la misma suerte y deben realizar las tareas domésticas, aún si son para su par varón: su hermano; y lo hacen porque ese sí será su rol en la vida adulta. Las tareas y los roles así se reparten por género, pero mientras el varón debe estudiar para sí mismo, las mujeres de la casa deben ponerse al servicio del varón para que éste pueda hacerlo. De esta forma, el varón entiende que es lógico, esperado y deseable tener a alguien que esté al servicio suyo. Entonces al salir de la unidad familiar buscará que alguien ocupe ese rol. Las mujeres así se condicionan a ser cuerpos para otros y los varones cuerpos para ser servidos. Volviendo a la idea de jerarquía, el hijo varón ve a la madre como autoridad pero también como alguien que está al servicio y ve a su hermana, no como equivalente jerárquico sino también como alguien también a su disposición.


Hay una fuerte asociación entre autoridad y potencia bélica y también entre autoridad y quien genera recursos económicos que marcan un razonamiento falaz: el protector y proveedor debe ser autoridad de la unidad familiar. Pero la determinación de destino social se establece por una cuestión biológica, los portadores de pene deberán ser quienes ocupen esta función de proveer y proteger. Además, hay una construcción de dependencia económica de la mujer y hay una construcción de su indefensión que la destina a subyugarse ante la figura del varón por pura necesidad. Quien tiene el dinero tiene el poder y las funciones feminizadas o no se pagan, o se hacen por el mínimo. La dependencia económica está asegurada. Y si hablamos de protección, en un mundo peligroso la función del protector cobra mucho más sentido, valor y necesidad. Las mujeres no deben correr, ni practicar karate, ni levantar pesas, ni portar armas, ni aprender a pelear o defenderse de ninguna manera. La construcción social de su indefensión la vinculará a su único elemento protector admitido: el varón más cercano. Entonces podemos pensar que construir un mundo hostil sirve para poner al hombre en un lugar de poder y quién sino ellos son los que hacen del mundo un lugar peligroso. Mientras las operaciones educativas de la función hombre operan en dirección al empoderamiento, fuerza, potencia bélica, protección y obtención de recursos, los condicionamientos hacia las mujeres operan en su infantilización para la dependencia hacia todas las funciones de lo que pasa a ser su complemento necesario: el hombre.
Esta forma de entender la autoridad, la jerarquía y el estatus basado en una particularidad biológica se aprende en primera instancia en la unidad familiar pero luego se repetirá en otra forma de estratificación social, con sus respectivas particularidades: la cuestión racial. Hay cuerpos (y mentes) preparados para ser servicio y cuerpos (y mentes) preparados para ser servidos. Esta lógica patriarcal atenta contra cualquier intento de equidad.

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