¿La pobreza tiene género?

En la columna “Macho dijo la partera” que sale por Verdes y Frites, sobre el rol de las masculinidades de la mano de Tincho Suárez, hoy hablamos de la Feminización de la pobreza.

En la repartición de los roles, a las mujeres les tocan las tareas de limpieza, cuidado y atención al público. Estas labores suelen ser las menos remuneradas. Cuando quieren salir de estas áreas encuentran un complejo entramado de relaciones de poder, construcción simbólica e impedimentos varios relacionados con el género. Por otro lado las labores domésticas en el propio hogar no son remuneradas. Si una mujer se encarga de las tareas de su hogar y crianza de los hijos, sus labores no se consideran parte de la economía del hogar aunque, que estas tareas estén cubiertas, son lo que posibilita al varón a que pueda salir en busca de un trabajo asalariado y con horario fijo.

Las mujeres asalariadas con hijes a cargo encuentran una dificultad extra a la hora de conseguir trabajo: sincronizarlo con la vida de sus hijes. Los varones pueden priorizar sus trabajos a la crianza de sus hijos pero las mujeres no corren con esta ventaja, alguien tiene que hacerlo y siempre decanta por alguna feminidad, si no es la madre, la abuela, la tía o la vecina. El rol de padre se cumple con dinero y, a veces, ni está el dinero, ni está el padre.
Entonces hay dificultad para el acceso al trabajo, brecha salarial, no reconocimiento del trabajo doméstico como trabajo, entre otras razones que hacen que cada 10 pobres 7 sean mujeres.
Si conectamos esto con la idea de que las cárceles están llenas de pobres, ¿por qué no se traducen estos números a la población carcelera? El 95 % de los presos son varones, ¿cómo explicamos esto desde una mirada puesta en el género?


El mandato de proveedor es uno de los más fuertes para el hombre. Desde la perspectiva patriarcal, un varón se hace “hombre” cuando puede valerse económicamente por sí mismo y llevar adelante también una familia. Si las tareas domésticas y de cuidado recaen sobre la mujer, traer guita al hogar recae sobre el hombre. Así, en una familia tradicional, como un varón “ayuda” con las tareas de la casa, una mujer “ayuda” con unos “mangos extra”, las responsabilidades así están bien determinadas.
En un país donde la pobreza va en aumento y las dificultades para acceder al mercado laboral son cada día mayores, proveer económicamente a una familia es una verdadera odisea. El rol de proveedor está en crisis en una gran parte de la población masculina, los sueldos no alcanzan ni laburando horas extra. Si hay aumento de pobreza la delincuencia va a aumentar porque si no se encuentra lo básico para la vida dentro del marco legal se encontrará por fuera.


Si el rol de proveedor lo tiene el hombre será él, en primer instancia, quien va a tener que encontrar los medios para cumplir, sean legales o no.
Por otro lado está el mandato de que a la mujer se la protege, si ella quiere sumarse a una actividad delictiva probablemente encuentre un hombre que desde su rol de protector que le diga que no, que ella no está para eso, que tiene que cuidar a los hijos, que es peligroso, que él lo hará por ella, etc.
La formación masculina hace que el hombre haga de enfrentarse al peligro una hazaña celebrada. Que controlemos y descreamos de nuestro miedo. Que desoigamos la culpa. Que no trabajemos la empatía. Que no nos importe el otro al punto de considerarlo un enemigo. Que se fogoneen los odios que nos habilitan a ejercer violencia.
Todos tenemos la capacidad de hacer daño y de reprimirnos, pero la educación basada en género promueve la capacidad de hacer daño en los varones y la reprime en las mujeres.
Las metas culturales para cada género también son factor, mientras las metas masculinas se orientan a un prestigio económico, poder, la propiedad, las femeninas están más relacionadas a la maternidad y la familia. Según especialistas, la maternidad como factor hace que muchas mujeres desistan de cometer delitos. Si es así, ¿por qué será que la paternidad no es también un factor?
Rol limitado en el ámbito social. Según esta lógica de la oportunidad hace al ladrón, si las mujeres están recluidas fuera del ámbito social y no ocupan lugares de poder, las posibilidades de cometer delitos bajan.
Si bien las estadísticas que dicen que las mujeres tienen muchísima menor tendencia a delinquir, estos números, aun bajos, van en aumento. ¿Cómo interpretamos estos hechos desde una perspectiva feminista?

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